Libertad vigiladacreación artística e identidad delictiva en el arte del siglo XX

  1. San Martín Martínez, Francisco Javier
Revista:
Exit: imagen y cultura

ISSN: 1577-2721

Año de publicación: 2001

Título del ejemplar: Delitos y faltas

Número: 1

Páginas: 16

Tipo: Artículo

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Resumen

El hombre moderno que se tatúa es un delincuente o un degenerado. Hay cárceles en las que el ochenta por ciento de los internos están tatuados. Los tatuados que no están en prisión son delincuentes latentes o aristócratas degenerados". Adolf Loos, Ornamento y Delito, 1908. O artistas radicales. El minucioso Adolf Loos se olvida de los artistas cuando escribió esta invectiva en su célebre artículo Ornamento y delito. En su opinión, lo moderno debe abandonar todo atavismo, y la decoración lo es, especialmente la decoración del propio cuerpo, el paradigma de la condición tribal, del desperdicio simbólico. Por las mismas fechas, Cesare Lombroso parece estar más atento a las variedades de la desviación e incluye a los artistas en el listado de las mentalidades ¿nerviosas¿, junto a delincuentes, locos y, curiosamente también, tatuados. Desde la Viena apocalíptica al Moscú de las primeras vanguardias: sólo cinco años después de Ornamento y delito, Mijail Larionov e Ilia Zdanevich explican en su manifiesto ¿Por qué nos pintamos? que los jeroglíficos y signos que aparecen sobre su rostro o su cuerpo forman parte de esa premisa vanguardista que hace del futuro un retorno salvaje a la tribu. No hay futurismo sin una cura de olvido de la Historia. Frente a ella, el arte esgrime las armas del pasado prehistórico: las primeras palabras (el balbuceo dadá), los primeros gestos (signos sobre la piel, tam-tam, máscaras, danza incoherente...) Son los aspectos más explícitamente primitivos del Cabaret Voltaire. Su actitud anti-moderna está denunciando la delincuencia institucional del Estado militar, la locura furiosa de la guerra y sin embargo son ellos los considerados excéntricos, nihilistas (sinónimo de anarquistas) y delincuentes, quizás sólo porque se cubren el rostro con máscaras tribales o se pintan el cuerpo. El tatuado es, para Loos, un delincuente del ornamento, un derrochador que, además, actúa contra sí mismo ya que, individualizado con su dibujo en la piel, convierte su cuerpo en lenguaje delator, un libro abierto de cara a la autoridad. Desde sus orígenes, la fotografía judicial encuadra el rostro del delincuente, ya que esta parte del cuerpo es la que concentra el máximo de información individualizada: cabello, ojos, orejas, nariz, boca, mentón...; pero el tatuado, con su gesto ornamentalmente perverso, hace de su piel un texto añadido, un relato pormenorizado de su desviación. El tatuaje de los delincuentes es una representación de sus fechorías, una "viñeta gráfica de su hazaña o su destino", escribe Foucault. En 1913, Larionov se pasea por Moscú con el rostro cubierto de jeroglíficos, exigiendo su condición de salvaje y también ¿no sólo desde el punto de vista del ornamento¿ de delincuente, de activista frente a la atonía bienpensante de la sociedad moscovita. Los que se cruzaban con él por la calle no podían imaginar que su gesto era una forma de arte; quizás pensaran que era producto ¿como creía Loos¿ de una "delincuencia latente o una aristocracia degenerada". Pero estaban en un error, no eran delincuentes estos jóvenes que se paseaban por Moscú con el rostro pintado, ni siquiera peligrosos, sino los auténticos fundadores de lo que hemos convenido en llamar arte moderno. Y tenían precedentes, como Charles Baudelaire, que había tenido que comparecer ante el juez en 1857 tras la publicación de Les fleurs du mal, acusado de "ofensas a la moralidad pública y las buenas costumbres", o Édouard Manet y su Le déjeneur su l¿herbe, rechazado en el Salón de 1863, un acontecimiento que inaugura una vida paralela de la modernidad. Y tendrían descendientes durante mucho tiempo; de hecho, una de las normas no escritas de la vanguardia ¿ya en la fase histórica, pero también en la época de las tardovanguardias¿ es la idea genérica de creación artística como actitud opuesta a la ley, como clandestinidad o trasgresión, como ofensa o provocación. El nihilismo dadaísta, el arditismo de los futuristas o la beauté convulsive de los surrealistas señalan la economía de la trasgresión, esa administración del límite que es característica de las vanguardias históricas. En algunos casos, la experiencia de la vanguardia aparece como un encadenamiento de transgresiones, una vida mentalmente fuera de la legalidad. Si Apollinaire había sido detenido y encarcelado en La Santé en agosto de 1911, implicado en el robo de La Gioconda del Museo del Louvre, poco tiempo después, en abril de 1914, es Arthur Cravan quien va a prisión tras un proceso por injurias a Apollinaire, a quien había llamado ¿judío¿ en su crónica en la revista Maintenant sobre la Exposición de los Independientes. En la rectificación pública ordenada por el juez, Cravan admite que Apollinaire no es judío, sino ¿católico romano¿, aunque vuelve, en el propio texto de la rectificación, a llamarle ¿judío¿. Es la vida en la cuerda floja de un artista que propuso la trasgresión como una de las Bellas Artes. Y que creó escuela. Los dadaístas en primer lugar. Los futuristas italianos o rusos. El coqueteo vitalista de los Marinetti, Hausmann, Maiakovsky, Heartfield, Tzara o Dalí, artistas que sobrevolaron las leyes como forma de enunciar una posición enérgicamente subversiva ante el arte y el entorno en que se producía. Durante la guerra, por ejemplo, a través del internacionalismo. En la revista Dadá de Zurich señalaban que "los firmantes de este manifiesto viven en Francia, en América, en Bélgica, en Alemania, en Italia, en Suiza, etc., pero no tienen ninguna nacionalidad". Entre sus colaboradoras había una ¿apátrida¿, así como un ¿desertor de diecisiete países¿. "No teníamos confianza en la cultura. Estaba todo por demoler. Había que comenzar de nuevo. En el Cabaret Voltaire empezamos a asombrar al público, a demoler sus ideas sobre el arte, atacar el sentido común, la opinión pública, la educación, las instituciones, los museos, el buen gusto y, en definitiva, todo el orden constituido". (...)