La paradoja de la modernidad

  1. MARQUEZ BENITEZ, ESTHER
Dirigida por:
  1. José Ignacio Galparsoro Ruiz Director/a

Universidad de defensa: Universidad del País Vasco - Euskal Herriko Unibertsitatea

Fecha de defensa: 03 de febrero de 2016

Tribunal:
  1. Víctor Gómez Pin Presidente/a
  2. Xabier Insausti Ugarriza Secretario/a
  3. Patxi Lanceros Méndez Vocal
Departamento:
  1. Filosofía

Tipo: Tesis

Teseo: 450713 DIALNET lock_openADDI editor

Resumen

En nuestra sociedad el pensar y el vivir, la Razón y la Vida, se encuentran a una distancia abismal el uno del otro, pese a que se presentan, contrariamente, como aspectos reconciliados. En esta situación radica nuestro interés. El objeto de nuestra tesis es la dialéctica entre la Modernidad y la Postmodernidad en cuanto discurso que se teje y se desteje en torno a la preocupación por la escisión del sujeto y la reconciliación de Razón y Vida. Pero ello es interpretado desde una clave que se encuentra en el inicio del pensar y emerge en la desnudez que supone el ¿desencanto del mundo¿: se trata del animal humano. Nos gustaría haber realizado una narración, una pequeña historia de un conflicto no resuelto que se reproduce una y otra vez. El objeto de nuestra investigación es la ambivalencia en el pensamiento. Este se presenta como una dialéctica de fuerzas en la que en una idea se encuentra incrustada su contraria. Una observación de Foucault en su obra Sobre la Ilustración nos resultó un buen ejemplo de lo que venimos a decir. Para hablarnos de la crítica como rasgo esencial del Occidente moderno, acude en primer lugar a lo positivo: la ¿explosión del arte de gobernar a los hombres¿ que se da a partir del siglo XV, y nos dice que: ¿...de esta gubernamentalización, que me parece bastante característica de esas sociedades del Occidente europeo en el siglo XVI, no puede ser disociada, me parece, la cuestión de ¿¿cómo no ser gobernado?¿¿ Esta idea de que lo dicho y lo no dicho, lo hegemónico y aquello que lo niega, son igualmente importantes nos pone sobre la pista de un itinerario que hemos intentado esclarecer, en el que la dicotomía y su superación marcan los tiempos filosóficos. Hemos partido de la dialéctica de modernidad y postmodernidad donde la ambivalencia es patente. Sin embargo, en lugar de tomar posición en el diálogo fundamental que mantienen ambas en el último siglo y medio, bien esgrimiendo argumentos a favor de una o bien de la otra, hemos tratado de enfocar esa querella dentro del itinerario seguido por lo que se nos presenta como matriz primordial a que da lugar la propia cuestión filosófica, el propio trabajo filosófico. Es dicha matriz la que responde a la pregunta ¿qué es el hombre? Ese ser que pregunta por qué él es, o, lo que es lo mismo: qué significa que haya algo en lugar de nada. Quien profiere semejante interrogante únicamente logra dos visiones de sí mismo. Dos visiones que adquieren diferentes formas a lo largo del tiempo, pero que, no consiguen, a nuestro entender, sobrepasar su propia figura que posa incólume bajo sedimentos de astucias y de haceres. Dos respuestas a la cuestión de qué es ser, componen una figura bicéfala que en su obstinación asoma ambas cabezas en este tema nuestro que es la modernidad y la postmodernidad y materializa así una sociedad igualmente ambivalente. La Modernidad en su labor de desencantar el mundo presenta una cabeza de hombre como un ser autónomo que se ha independizado de un mundo superior suprasensible y que libre de supersticiones construye y planifica cabalmente el mundo que desea habitar conforme a una ley justa que se otorga a sí mismo. Sin embargo, la Ilustración del hombre viene acompañada de un límite: existe un riesgo de regresar a la superstición, a la época de barbarie, si el conocimiento se dirige a aquello que le excede y edifica en base a lo que no sabe. Ahora bien, se da la paradoja de que en el desencanto de la trascendencia se vuelve a caer en ella.: eso que excede a lo que podemos saber, lo que se encuentra más allá del límite. Y surge así en el desanclaje de la Crítica, como afirma Focault, a partir de esa nueva metafísica la postmodernidad, que presenta una cabeza de animal que acusa a la Razón de aprisionar la Vida en una jaula de hierro y de haber traicionado la promesa emancipatoria que anunciaba. En ello se da una paradoja, la paradoja de la racionalidad, pues como afirma Adorno: ¿El dominio del hombre sobre sí mismo, que fundamenta su autoconciencia, es virtualmente siempre la destrucción del sí mismo a cuyo servicio se realiza, pues la sustancia dominada, oprimida y disuelta por la autoconservación no es otra cosa que lo viviente sólo en función del cual se determina el trabajo de la autoconservación, en realidad, justamente aquello que debe ser conservado.¿ Decir que la vida es destruída por la razón que surge para conservarla es paralelo a decir que el lenguaje de la razón no puede dar cuenta de la vida en su fluir. La premisa de ambas afirmaciones tiene origen en Parménides. Negar la nada es tan paradójico como criticar la razón. Sin embargo, hablar en nombre de la animalidad sugiere lo ya dado: que en el capitalismo tardío el hombre es cosificado. En la misma medida en que el hombre aparece entre las positividades de la ciencia moderna debe ser restaurado una y otra vez a la unidad. El hombre, que aparece en las costuras de lo innombrable como fenómeno, es también un concepto vacío. Por ello, por agotarse en su propio concepto, atraviesa el camino del retorno como única dirección hacia el sentido. Fragmentación ¿ porque el saber debe ser cribado ¿, y Repetición ¿ porque entonces tengo que buscar el momento anterior al pensar, donde el hombre estaba al abrigo de su guarida ¿ son las caras del escepticismo y el optimismo del saber después de haberse vaciado en todas sus posibilidades. Como meras formas huecas una y otra son lo mismo, dicen todo pero no dicen nada. En la constante escisión y recomposición del hombre la filosofía agota sus últimas fuerzas. La Modernidad precisamente al presentarse como autoconciencia, como saber de sí, proyecto artificioso, en la enunciación kantiana en la que denomina a su propia época Época de Ilustración, resulta un espejo en el que todo aquello que estaba oculto emerge y se repite hasta su total cumplimiento. Es a partir de aquí donde se abre el tiempo y a la vez se detiene en dos direcciones cercadas en la utopía. La Modernidad descubre primero al hombre que por ser a la vez empírico y trascendental nos lleva a descubrir al animal que somos, desvelando con ello eso que había permanecido oculto: nuestra finitud. Pero el hecho de dirigirse a lo irreductible convierte aquello que era principio en final: si el desencanto del mundo mediante la razón adelantaba una esperanza pensarlo todo crudamente termina con el propio pensamiento. Pues no hay filosofía de la animalidad. El pensamiento surge de la escisión de lo que de animal tenemos, surge en el extrañamiento del mundo. De esta manera, en el itinerario que hemos trazado hemos seguido la propia problemática de la Modernidad, en la que tenemos una obsesión por el origen, lo mismo que por el final: en el discurso de la Modernidad todo pensador se presenta como anunciador de una nueva Época y da por terminada la anterior. Lo que ponemos en duda es que la reconciliación exista o haya existido. En el hacernos viejos del pensamiento, se dan simultáneamente el repliegue de la conciencia hacia el encuentro de sí ¿ el descubrimiento de sus trampas y engaños, el hallazgo del hombre, la representación develada ilusión ¿; la nostalgia de la niñez y su inocencia ¿ de la nitidez que se daba en nuestra relación con las cosas que irradiaban una luminosidad irrecuperable ¿ ; la crítica de la prepotencia de la juventud, pero el anhelo de su vigor e incluso un cansacio existencial que anuncia la muerte. La nostalgia de la niñez es la búsqueda de una filosofía que se dirija hacia las cosas mismas, donde el pensador se ¿olvide de sí mismo¿, de ahí la obsesión por la filosofía presocrática, la filosofía de la physis, que no obstante, pensamos que nace ya en una escisión (hablar del agua o del aire supone cierta abstracción y buscar un fundamento de lo existente supone una extrañeza y una inquietud del ser que sabe que no sabe, del ser escindido. Antes que el investigar está la negación, la que mueve al querer saber lo que no se sabe. ¿Lo indefinido, la materia, el ser, son expresiones de la experiencia inicial del pensamiento, y concibiéndolas el saber alcanza la primera posición no sometida al saqueo originado en la veleidad del ánimo y la percepción engañosa. Con esas intuiciones lleva a cabo su propia iniciación o la experiencia de penetrar su necesidad, y lo surgido ¿ es confianza en lo indefinido, la materia o el ser ¿ es en realidad su fortaleza, la potencia del intelecto mismo.¿ afirma Escohotado) ; la búsqueda de la filosofía primigenia se da a causa de que en el repliegue hacia el interior, en la aparición del subjectum, la realidad exterior queda difuminada y en ese desanclaje se da un despertar por el que se desencanta el mundo: si todo era una ilusión de la conciencia, entonces hay que volver a crearlo todo, pero ¿por donde empezar? O más bien, ¿como empezar de nuevo sin recorrer el mismo camino que nos lleva hasta aquí? La crítica de la prepotencia de la juventud es tanto la crítica de la Postmodernidad a la Modernidad como la incomprensión de la Postmodernidad por parte del pragmatismo , pero queda un resto del anhelo tanto del vigor de la Modernidad, de su orden, como de la inventiva postmoderna, en una época Aquiescente que se corrresponde con la posthistoria donde una mayoría de autores, entre ellos Steiner, coinciden en hablar de cansancio existencial. Esa época Aquiescente que está relacionada con la reconciliación entre lo animal y lo humano, pero en la que ninguno de ellos es real: ni el hombre tiene una experiencia plena ¿ puesto que como dice Escohotado tiene que recurrir a la memoria del grupo para tener experiencia ¿ ni el pensamiento es auténtico por la situación en que se ha colocado la propia filosofía. Afirmar la relatividad de todo lo humano retomando el ¿hombre como medida de todas las cosas¿, es establecer una nueva separación entre lo contingente y lo universal, que en este caso es la animalidad. Sucede lo que afirma Escohotado respecto a la sofística: ¿Por este camino el pensador se ve llevado a la escisión entre una ontología del absoluto silencio, firmemente anclada en lo incomunicable de la existencia, y un discurso retórico capaz de defender cualquier causa [¿] Del hombre alcanzado puede entonces decirse que todo es para él salvo su propio fondo, y su conciencia de sí es algo vacío nuevamente, el disolverse de toda presencia definida y todo contenido estable. Al fundarse la libertad de la conciencia en lo dispar de su propia dispensación y en la capacidad del nosotros para legislar lo común , su autonomía arranca ¿ como la del escepticismo posterior ¿ de una absoluta dependencia respecto de su alteridad. [...] Lo esencial de la conciencia es lo inesencial del mundo, y queriendo salvaguardar su autonomía pasa a depender de aquello en lo cual no cree.¿ (Escohotado, Antonio. De physis a polis. Barcelona: Anagrama, 1975, p.176 Mientras que la animalidad nos conduce a esa búsqueda por la anterioridad de la historia, la noción de hombre está relacionada con el ideal de emancipación y la consecución del final de la historia. La cuestión del autocercioramiento en la filosofía del sujeto, por otra parte, está también unida al anhelo de inmediatez. Pero este anhelo no puede desvincularse de la visión de una conciencia desdichada que frente a lo inmutable que se le presenta como aquello inalcanzable se encuentre en su interior o se encuentre más allá rechaza no sólo la contingencia, sino el saber de esa contingencia. La Postmodernidad llevará a cabo esa conciencia desdichada y lo hará porque bajo el paradigma de una cultura naturalizada, aquella que detenta el animal humano, a la vez que se relativiza el conocimiento como instrumento evolutivo, no deja de aparecer aquello que excede a ese instrumento como más allá incognoscible. Es decir, si el mundo humano se puede equiparar al de la hormiga, por poner un ejemplo, entonces queda abierto ese mundo que el hombre no puede conocer igual que la hormiga no puede conocer lo superior a ella. Positivismo y metafísica se dan la mano. Dos cuestiones surgen así: por una parte este paradigma es el que hace posible que se acuse al concepto de ser un instrumento de poder. Sin embargo, el propio paradigma es ya una estrategia del poder y quienes critican la cultura se encuentran inmersos ya en los hilos del poder burgués interesado en animalizar y cosificar al hombre. Foucault, quien denuncia un poder viscoso, decreta la muerte del hombre; Nietzsche que también acusa a la metafísica de dominio lo hace en base a la idea de supervivencia animal que después de todo presupone el dominio; Heidegger que en la Carta contra el humanismo critica el biologismo basa su idea de hombre frente al animal siguiendo la etología animal de Uexkull, según Agamben; Adorno denunciará tanto la unidad del sujeto como su desintegración. La ambivalencia que se da en los pensadores del siglo XX es la ambivalencia del animal humano que se repliega en lo irreconciliable y lo irradia después a los saberes. Por otra parte, se hace visible que positivismo y metafísica; razón formal e instrumental; empirismo y racionalismo, lejos de ser contrarios, son pensamientos que se refuerzan el uno al otro. Después de todo, el hecho de derivar los entes racionalmente crea un lenguaje lógico que en última instancia se torna contra el propio principio. Como nos dice Guillermo Graiño Ferrer en la Introducción a las Meditaciones filosóficas: ¿La filosofía de Descartes era realista y racionalista. Realista porque establecía la existencia del mundo al margen de la conciencia; racionalista porque establecía que el conocimiento proviene de la razón. Sin embargo, los problemas para legitimar el paso de la conciencia al mundo y explicar la relación de ambos harán surgir el idealismo de Berkeley a través de Malebranche, y la dificultad para conocer el mundo desde la mera razón hará surgir el empirismo de Hume a través de Locke.¿ 3 ideas fundamentales articulan nuestra investigación: 1. La idea de un continuum en el que optimismo, conciencia desdichada y dialéctica oscilan no sólo en diferentes épocas, sino en un mismo autor y están asociadas a la concepción de hombre como ser escindido en animal y racional porque escindir lo animal y lo racional es después de todo separar el saber del no saber. Partimos así de la siguiente afirmación de Habermas sobre Hegel : ¿Hegel descubre en primer lugar como principio de la Edad Moderna la subjetividad. A partir de ese principio explica simultáneamente la superioridad del mundo moderno y su propensión a la crisis; ese mundo hace experiencia de sí mismo como mundo del progreso y a la vez del espíritu extrañado.¿ y nos remontamos desde Parménides hasta nuestros días. 2. La Modernidad cumple los mitos que previamente ha desmontado. 3. Hay una proyección entre los saberes y la sociedad. En nuestra Época Aquiescente se vuelve a la idea de physis de cuya inmanencia escapó el hombre de la polis al instaurar la ética. Nuestra sociedad moderna líquida es igual que esa physis en la que sus miembros se encuentra en el mero proceso de surgir y perecer La sociedad ¿moderna líquida¿ es aquella en que las condiciones de actuación de sus miembros cambian antes de que las formas de actuar se consoliden en unos hábitos y en unas rutinas determinadas. en la hegemonía de la episteme sobre el saber el hombre no es un ser moral, sino una positividad más entre otras cuya función es producir. Y como función, su vida se agota en sí misma y debe ser sustituida en una maquinaria en la que se corrobora la anunciada muerte del hombre. En la Época Aquiescente el control es ejercido por el propio sujeto gracias a que el ámbito público es idéntico al privado, un universo, el de la polis, resueltamente acabado a partir de un marco en el que la posibilidades del hombre, a pesar de presentarse como abiertas, son enumeradas y clasificadas en una serie de combinaciones de antemano conocidas y explicadas a partir de ese mismo conocimiento que se pretende demostrar. En nuestra época se da un juego equívoco entre libertad y necesidad. La animalidad que bajo la mirada de la culpa aparece como el reino de la libertad es en realidad lo limitado en un mundo que al hacerse grande se ha vuelto infinitamente pequeño. La Época Aquiescente agota sus días de rutina apostada en el aburrimiento de la posthistoire. Los hechos solicitarán un nuevo humanismo: es su turno. La jerarquía se prepara, el mundo se torna gris, pero se aferra aún a su existencia.